El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Hotel del Norte



Dirección: Marcel Carné.
Guión: Jacques Prévert, Jean Aurenche, Henri Jeanson (Novela: Eugène Dabit).
Música: Maurice Jaubert.
Fotografía: Armand Thirard (B&W).
Reparto: Annabella, Jean-Pierre Aumont, Louis Jouvet, Arletty, Paulette Dubost, Andrex, André Brunot, Henri Bosc, Marcel André, Bernard Blier, François Périer.

Renée (Annabella) y Pierre (Jean-Pierre Aumont), una joven pareja de enamorados a los que nada ha salido bien en la vida, alquilan una habitación para una sola noche en el Hotel del Norte, un modesto establecimiento en un barrio humilde de París. Ambos jóvenes tienen intención de suicidarse: Pierre matará a Renée de un tiro, y luego disparará contra sí mismo. Pero el plan no sale como tenían planeado...

Hotel del Norte (1938) es una de las obras clave en la filmografía de Marcel Carné junto a El muelle de las brumas (1938) o Los niños del paraíso (1945), elegida ésta última mejor película francesa del siglo XX por críticos y profesionales del cine francés a finales de los noventa. Pero también es uno de los mejores ejemplos de esa corriente denominada realismo poético y que debe mucho al poeta Jacques Prévert, que colaboró con el director durante doce años.

Lo primero que nos llama la atención en Hotel del Norte es sin duda su puesta en escena. La atmósfera, las sombras, la excelente fotografía de Armand Thirard nos meten de lleno en el ambiente popular del París más desfavorecido. Es una ambientación sencilla pero que nos brinda imágenes poderosas, hermosas, llenas de un encanto especial. Y es que este mundo de gente humilde, de prostitutas y chulos, de perdedores, está dibujado desde el romanticismo. No es real, lo sabemos, porque es producto de una mirada poética, idealizadora, nostálgica. Prévert nos está vendiendo una estampa edulcorada de los bajos fondos y la clase trabajadora. Y es difícil no encariñarse con los personajes que pueblan la historia, desde la prostituta Raymonde (Arletty) que se somete a los caprichos y desprecios de Edmond (Louis Jouvet), su chulo, al joven homosexual o al matrimonio que regenta el hotel, una pareja compasiva y generosa.

Y es que si bien la historia principal es la de la pareja de enamorados Renée y Pierre, Hotel del Norte juega un poco a film coral, donde las vidas de los habitantes del hotel se entremezclan unas con las otras en una hermosa confusión y una telaraña de deseos, esperanzas y fracasos. Y al final hay que reconocer que son las historias secundarias las que otorgan categoría a la película. El romance de Renée y Pierre termina siendo la historia menos interesante y menos convincente de todas. Tal vez porque no casa bien con el resto, especialmente por ser una historia llena de esperanza en medio de un universo de perdedores. Y también porque Annabella y Jean-Pierre Aumont flojean un tanto como actores, lo que resta fuerza a algunas escenas en que no llegan a la altura de sus personajes. Y es que tienen además el inconveniente de compartir planos con  Louis Jouvet y Arletty, que llenan la pantalla con su presencia. Pero además, es que la historia de Raymonde y Edmond es mucho más rica y más intensa que la de la pareja de enamorados, que resulta demasiado acaramelada. Ambos son perdedores natos, sobrevivientes, duros y, sin embargo, capaces de darlo todo por la persona a la que aman. El personaje de Louis Jouvet es especialmente interesante: en la primera parte de la película, cuando está con Raymonde por simple interés, tiene un rostro cínico que se transforma por completo al enamorarse de Renée. Aquí vemos otra faceta completamente nueva, un hombre capaz de redimirse por amor y al que, fatalmente, la suerte le vuelve la espalda en el último momento. Lo suyo también es un suicidio.

Sin embargo, a la película le cuesta un poco arrancar. Tal vez porque no conocemos a los personajes y mientras ese desconocimiento perdura, la historia no tiene la fuerza necesaria. Sin embargo, una vez pasada la primera parte, el film coge impulso y ya no nos deja. La última parte, desde que Renée y Edmond planean su viaje, es sin duda la mejor de todas, porque está repleta de sueños, de vida, de ilusiones y porque sentimos que a pesar de ellos mismos no puede salir bien.

Hotel del Norte está lleno de buenos diálogos. Se nota aquí la mano de Prévert que además hace un retrato compasivo y hermoso de las clases humildes donde se recrea en su pequeñas diversiones, banales y simples como ellos, creando también una visión nostálgica y cariñosa de la Francia profunda.

En definitiva, una película muy agradable de ver, llena de pequeños buenos momentos y que ofrece una visión del mejor cine francés, alejado de las pompas y la pedantería; un cine más cercano, más directo e incluso más sincero.

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